domingo, 15 de diciembre de 2013


 
     Media ladera de una noche de otoño.
 
En los hondos se mezclan los grillos con la calima, los mochuelos que la atraviesan con su quejido, con los insignes árboles centenarios; sobre el olor de pasto seco recibiendo la blandura.

 

Muy al fondo, la niebla que se cuaja en su molde empieza a fluir por los cauces secretos que nadie ve y fluye y fluye anegando a su paso cuanto toca, fundiendo con su forma de agua la forma sólida.

 

¿Quién podrá afirmar mañana que en esta hora de ausencia por aquí pasó un río, cauce milenario, de niebla?

 

Habrá quien bañe en esa luz lechosa sus carnes y quien abreve en ellas.

 

Arriba, recortados por el silencio, perpetuos testigos siempre en vela. Son los únicos que saben la verdad: por eso callan. Observan y callan petrificando su silencio, su cuerpo de silencio, hasta cristalizar.

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